¿Quién es tu Niña Interna?
Desde hace años he escuchado la frase Niña Interna y con toda honestidad te digo que nunca le presté mucha atención porque me sonaba como esas frases que se usan para vender atajos espirituales o de salud mental.
Eso fue hasta que comencé a practicar IFS (Internal Family Systems) y descubrí en mi propio proceso personal y en los de mis clientes que cuando indagamos en nuestra mente desde esta perspectiva, encontramos (invariablemente!!) partes llenas de sentimientos, vulnerables y necesitadas de afecto que lucen como niños y que guardan experiencias de nuestra infancia y las ven desde la perspectiva de quienes fuimos como niños.
Así que me tocó reconciliarme con este término y es un concepto que ahora valoro tremendamente porque es allí donde tenemos todas las posibilidades de sanar. Aunque me sigue gustando el término que usa el Dr. Richard Hanson “aspectos juveniles de nuestra mente” ;)
Y eso es lo que son, aspectos jóvenes de nuestra personalidad, que guardan el recuerdo y el impacto de necesidades que tuvimos cuando éramos niñas y quedaron insatisfechas. Por lo tanto, estas niñas internas sufren por lo general algún monto de dolor.
Usualmente, guardan experiencias de soledad, falta de validación, confusión o miedo que vivimos sin la compañía de un adulto suficientemente nutritivo y atento como para ayudarnos a darle sentido al mundo en ese momento. También pueden sostener experiencias más dolorosas de abuso o abandono.
Por supuesto, también hay en nuestra niña interna sentimientos positivos (de hecho maravillosos!) pero tenemos que comenzar con los sentimientos difíciles, porque son el estado en el que solemos encontrarlas cuando comenzamos esta práctica.
En los momentos de dolor, soledad o confusión que vivimos en la infancia, surgen actitudes en nosotras que nos ayudan a lidiar con el sufrimiento, son lo que en muchos modelos de terapia llamamos mecanismos de defensa. En IFS se llaman protectores porque su intención es justamente protegernos del dolor que experimentamos.
Veamos un ejemplo, pensemos en una niña (Laura) que vive en un hogar donde hay peleas y violencia entre los padres y no tiene a nadie que la acompañe cuando sus padres pelean. En esos momentos Laura siente confusión y miedo. Ante estas emociones, que en la infancia se viven como muy amenazantes, surge una parte que le dice en su mente “no pongas tu atención en eso, ese no es tu problema, distráete jugando”. ¡En ese momento esa parte es una gran ayuda!
Permite que Laura quite su atención de lo que le angustia y no puede controlar y la ponga en actividades más seguras. Le permite no tener que lidiar con una realidad con la que carece de recursos para lidiar.
Cuando Laura crece, esa parte protectora puede tener la función «saludable» de ayudarle a no cargar con los problemas de los demás y dejar energía disponible para sí misma y su disfrute. Pero si la herida causada por la confusión y el miedo es muy profunda, la parte protectora puede tomar un rol más extremo y volver a Laura indiferente, apática y temerosa a la intimidad.
Pensemos en otra opción de mecanismo protector en la misma situación.
Si la parte que surge para proteger a Laura (niña) de la confusión tiene una voz más parecida a “haz lo que puedas para arreglar las cosas”, la llevará a intentar ser “buena, fácil, dócil” para facilitar la vida de sus padres. La parte que la hace ser “buena” cumple con la función de que esta niña inmersa en un caos incontrolable sienta que al menos hay algo que sí puede controlar, su propia conducta, y sostenga la ilusión de que a través de su conducta tal vez mejore su ambiente.
Esta parte protectora en la adultez puede manifestarse positivamente como capacidad de manejar el ambiente gracias a rasgos como la puntualidad, el orden, la responsabilidad y la disciplina. Pero de nuevo, si la herida causada por el caos es muy profunda, (si la niña interna de Laura está muy herida) la parte protectora puede volverse muy extrema en su intento de protegerla del dolor, manifestándose en rasgos obsesivos como el exceso de control, rigidez, tendencia a suprimir sus emociones y dificultad para conectarse con los demás. Igualmente, es posible que ciertos eventos normales de la vida, como cambios, incertidumbre o discusiones, detonen en Laura la herida producida por el caos que vivió en la infancia, haciendo que la parte protectora se haga aún más extrema.
En estos ejemplos podemos ver al mismo tiempo a la niña interna y a sus efectos en la mente adulta:
La niña interna es la susceptibilidad a los aspectos de la vida que en la infancia le causaron dolor, aunque sean tan normales en la adultez como un cambio de trabajo o experimentar emociones intensas en sus hijos, por ejemplo.
Los efectos de la niña interna en la mente son las partes defensivas que asumen posiciones extremas para que:
- La vulnerabilidad de la niña interna no aparezca y la persona no tenga que lidiar con su emoción y
- La niña interna no se exponga a la vida externa y no corra el peligro de empeorar la herida (podemos decir que el lema de nuestros protectores internos es “no voy a dejar que esto te pase nunca más”).
Así, la niña interna guarda la herida que le produjo el caos y la parte protectora interna ayuda a Laura a manejarse en su ambiente como una adulta y a mantener fuera de su conciencia el dolor que vivió en su infancia.
Ambas están en el pasado, la niña interna porque se quedó allí “congelada” o “encerrada” y sus emociones bloqueadas; y la protectora porque sigue actuando como si el ambiente actual de Laura adulta todavía fuera caótico o como si lo caótico fuera siempre peligroso.
Aprendemos a medida que crecemos, a relacionarnos con el mundo desde la defensa y la niña interna se va quedando olvidada y con menos poder de aparecer en nuestra mente, como oculta en un sótano (por eso en IFS estas partes se llaman exiliadas).
Pero nuestra niña interna no desaparece. Su presencia no solo se observa en las defensas tan fuertes que la protegen, sino en reacciones extremas que aparecen cuando esas defensas se debilitan por causas como el estrés. Así vemos que una persona muy controlada tiene momentos de ira irracional, o experimenta mucha ansiedad, o incluso comienza a tener ataques de pánico. Son manifestaciones de una emoción que no ha podido reconocer ni atender.
Pero como te dije al principio, este es solo un aspecto de nuestras partes juveniles o infantiles. Esta es su forma no integrada de vivir en nosotras. En su centro, la niña interna tiene dones maravillosos para aportar a nuestras mentes y a nuestras vidas. Dones que quedaron bloqueados al bloquear el dolor de la experiencia traumática, pero que permanecen intactos, esperando la oportunidad de nutrirnos y guiarnos hacia una vida plena.
En la psicología Junguiana se hace referencia al arquetipo del Niño Divino y este se refiere a un aspecto primario del inconsciente que ofrece caminos y posibilidades que la conciencia racional no es capaz de contemplar. Es fuente de creatividad y espontaneidad, de todo nuestro potencial.
En Internal Family Systems encontramos a estas partes exiliadas, les ofrecemos nuestra compañía adulta, amorosa y protectora, y las ayudamos a salir del pasado, liberando su potencial y ayudando a las partes protectoras a relajarse y asumir un rol constructivo.
Estos modelos terapéuticos específicamente hablan sobre la multiplicidad de la mente (entendiendo que en la mente viven “partes” o “arquetipos”) y su lenguaje nos ayuda a entrar en relación con estas partes internas. Pero en general, en la experiencia terapéutica suele construirse una relación de confianza, aceptación, respeto y seguridad, que aún sin hacer referencia a este concepto, nos ofrece la oportunidad de acompañar, nutrir y sanar a nuestra niña interna.
Si deseas saber más acerca del proceso de encuentro con tu niña interna, puedes leer mi próxima publicación.